" Todas las personas abrigan, interiormente, impulsos creativos;
enterrados por el proceso de civilización"
(Hans Prinzhorn)






jueves, 17 de febrero de 2011

Infancia ó "El Jovencito Frankenstein"

                     "Que uno es raro, ya, lo descubre en el patio del colegio"

  Esa patria común, ese lugar de todos. Donde se presume, se intuye la persona que seremos. Que somos. El ser que nos conserva la ilusión, las ganas de seguir experimentando, probándolo todo... Pero, también, de niños nos arrinconamos al fondo y negamos cualquier decisión, cualquier acto... 
Ese Miedo instintivo, al "otro", al "extraño"... Perdura una vez de adultos, de manera socializada... Si no es un "nosotros", un "igual"... no pertenece a la nueva manada-grupo social; creemos que nos dañará. Que su propósito, más allá de darnos un caramelo, es atraernos a su lugar; arrebatarnos nuestro territorio. La hegemonía de nuestro pequeño reino. (Cuando es al contrario; trata de ampliarlo).
  Igualmente, compartimos todo, nos ayudamos los unos a los otros; sentimos empatía,  nos volvemos altruistas... Incluso, con un desconocido y no dudamos en ayudarlo ("aunque ni siquiera  nos lo pida"). Porque, entendemos que es nuestra manera de estar en el Mundo, de formar parte de él... Y, porque, si ofrecemos nuestra mano significa que: no vamos a atacar ni a la inversa. Estamos entregando nuestras armas, aplazando el ataque. De-poniendo el valor, el coraje en otro plano. Asumiendo que la única manera de no ser atacados, es no demostrar el miedo.
Si todo eso, no lo aprendemos y aprehendemos en la niñez, ¿dónde si no?. Así, "no hay que traicionar al niño" que todos llevamos dentro. Si no, puede volverse en contra, contra nosotros. Lo fácil es olvidar ambas cosas. (Ó, todo esto).
  Somos ese "Frankenstein," más que la niña, que le dá ó comparte la flor. El adulto, solo, recuerda lo que es: un monstruo y que los demás, también, lo son. (Su reflejo en el agua). Al igual, que la inocencia, la bondad... al entregarla es devuelta. (El reflejo en los ojos).
Aceptar a lo demás como son; aceptarnos. Es volver a ese "paraíso perdido" donde no hay fronteras, donde no hay diferencias. Porque, nos igualan.

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