" Todas las personas abrigan, interiormente, impulsos creativos;
enterrados por el proceso de civilización"
(Hans Prinzhorn)






martes, 15 de febrero de 2011

" La Muerte & la Doncella " (Der Tod und das Mädchen)

" Mientras le gritas a tu mujer,hay un hombre deseando hablarle al oído. Mientras humillas, ofendes, insultas y degradas a tu mujer,hay un hombre que querría cortejarla recordándole que es una gran mujer.Mientras pegas a tu mujer,hay un hombre deseando hacerle el amor.Mientras haces llorar a tu mujer,hay un hombre que le robaría sonrisas. " (Publicado en "El Espíritu del Cambio")

 
  Hechos, así, suceden  de manera común mucho más de lo que pensamos, creemos y podemos llegar a imaginar. Sin llegar a una violencia física, claro. Al menos, no a un nivel donde la ofensa pasa a ser delito; la amenaza, principio de algo que se escapa de las manos. Pero, ¿no hay conciencia de hacer daño?. ¿No hay acto voluntario, voluntad, de ejercer un perjuicio?. Además, las heridas psíquicas tardan más en cicatrizar; son más difíciles de cerrar. Cuesta más olvidar, perdonar. Y, ya se sabe que, por cada acción negativa para enmedendarla hace falta de 3 a 5 acciones positivas, sólo, para empezar a subsanar la falta.
También, cuentan esos reproches constantes; esas discusiones que no llevan a ningún lado.  Mucho menos, a crecer, a esclarecer los pequeños malentendidos cotidianos. Sino que son "círculos viciosos", cíclicos, críticos... que se van repitiendo, una y otra vez. Alimentando la base del resentimiento, la frustración... Girando alrededor del desaliento, la falta de esperanza, de sueños... Desazón en el des-entendimiento. ¿Cómo alejarnos del "otro", si es parte (somos parte) de la misma persona que hemos construido en el tiempo?
  Parece, que hay una tendencia a cierto masoquismo. A que el amor es sufrir. Y resistencia. Hasta dónde merece la pena, si se transforma en algo que atenta contra la propia raíz del amor: el respeto, la confianza...
Parece, que hay una creencia a que el dolor de la pérdida será mayor que el recibido. El eterno miedo a la soledad, en realidad, a nosotros mismos.
  Hay mecanismos psicológicos que entra en juego. ("El Síndrome de Estocolmo"). El fenómeno del amor al secuestrador, al captor. Tras el rapto y la aceptación, se comienzan a desarrollar sentimientos de atracción hacia el verdugo. A pesar, de ejercer de yugo y cadena; de alguna manera, también, libera. Es quien sigue dando la vida; permitiéndola. Quien se convierte en centro y protagonista de ella. No se vive más que por él; cuando él está arrebatando, la primera característica humana, la Libertad.
Igualmente, surge hacia la víctima, una compasión inaudita; un deseo atroz por conservarla como un trofeo, una pieza ganada. Objeto de posesión. Y, en esa dicotomía, se establece una relación(?) Nunca de igual a igual; jamás en igualdad. Uno lleva las riendas; otro obedece. Agradece, ser esclavo. "Alguien que me quiere".
   Todo parte de "quererse a sí mismo", de respetarse. De valorarse, de aceptarse. Si no, difícilmente, se puede dar un mínimo de algo parecido a los demás. Y, difícilmente, se entenderá que esos "demás" nos deben tratar con idénticos pilares básicos; donde residen los principios fundamentales de, eso que nos empeñamos, en llamar "amor".
Ciego, pero interesado. Se elige de una manera inconsciente aunque, siendo conscientes de que nos proporcionará todo aquello que necesitamos (ó creemos que necesitamos): seguridad, estatus... Otro tanto, ocurre con el sentido de posesión. Cuando, si se toma la decisión de compartir (no es más que eso) nuestra vida con alguien, se realiza de manera voluntaria. Libre, libremente...
  Concepto nada claro; difuso en toda su terminología que, además, de temores infundados (una vez más) al Miedo a la Soledad, al abandono, al "nadie más me volverá a querer"... lleva irremediablemente a ese terreno pantanoso de, sí, los Celos. Absurdos, también, cuando son de ese amante que se esconde en la sombra, ese Cyrano, que habla por boca de otro.
Dicen que, siempre, hay alguien que nos espera; y alguien, a quien estamos esperando. Casi, nunca, coincide. Pero, cuando lo hace, es... terrible.

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