" Todas las personas abrigan, interiormente, impulsos creativos;
enterrados por el proceso de civilización"
(Hans Prinzhorn)






miércoles, 22 de junio de 2011

JUSTIFICA-N-CIONES


          Necesitamos del espejo, del "otro", del igual. La masa, común, la Nada que nos acepta como tal, en una eterna paradoja. Nos negamos para entrar, para ser "algo, alguien". Aún a sabiendas que restringimos nuestra libertad, nos ponemos el disfraz.

Si fuésemos asesinos (y lo somos en potencia) buscaríamos la sangre en las manos de los demás, aquellos arrebatos de pasión ó celos (para el caso, es lo mismo) en que nos podemos sentir uno, al unísono. Sí, "mal de muchos, consuelo de... ".

Pero ocurre que el símil lo buscamos para (casi) todo, sobre todo, para aquello que se vuelve un callejón sin salida en nuestras vidas. Aquello que de antemano "elegimos" por repetición, por pura inercia, por dura sinergia. Y al borde del abismo, abocados a desaparecer a bocados, a dejar de ser nosotros mismos (la rima fácil)... Re-inventamos "otro" (que no somos) y tratamos de encontrar parecidos razonables en el prójimo. Cuando ni siquiera "ese otro", tampoco, es en sí mismo "él".

          Así en un gran carnaval, en un baile de máscaras (caca-reada metáfora), es más fácil "dejarse llevar", no pensar, antes que demostrar "la materia de la que estamos hechos". El molde único, irrepetible, con el cual fuimos creados. Tallados a golpes nos transformamos en extraños para no ser llamados "raros".

Exiliados de lo que somos, vamos sin rumbo, aceptando las coordenadas que nos marcan en el Mundo (pareado). Tomamos como verdad, aquella que hasta el momento aún no ha sido juzgada, puesta en tela de juicio. Cuando lo más probable es que no sea muy diferente de las otras verdades, de las otras mentiras. 

Al final, parias de nuestras vidas sólo ansiamos regresar al "paraíso perdido" de la infancia, a la soledad sonora de nuestras conciencias.

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